Los inconscientes
Había una hoguera en medio y el animal yacía de uno de los lados. Al otro lado un grupo de chavales con un cuchillo en la mano le intentaban dar la puntilla. Se acercaban al toro por un lado para que no les viera. Pincharon una y otra vez la nuca del animal. Pero no acertaban con el fatídico punto.
Saltaban el fuego una y otra vez para acercarse al astado.
Llevaban bebidas en la mano y de vez en cuando echaban un trago burlandose de todo.
Yo les miré con incredulidad, pensaba cuál era la razón de contemplar el largo sufrimiento de otro ser vivo. No lo entendía y pensé en recriminarselo, pero pensé que no me harían caso. Estaban disfrutando de las fiestas en su pueblo, bebidos e inconscientes de su fragilidad humana.
Sin nadie esperarlo, el animal hizo ademán de levantarse. Los chicos corrieron en busca de refugio. Miré hacía todos sitios buscando un sitio alto, donde subirme, y ponerme a salvo. No hay nada más peligroso que ese tipo de animales herido, buscando defenderse o huir.
Una vez subido a lo alto de una columna, junto a una valla, me di cuenta que alrededor no había nada que parara al animal. No había barreras ni nada parecido. El toro herido saldría corriendo invadiendo las calles sucias, con los vasos rotos y restos de borrachera. Calles llenas de personas que en ese momento disfrutaban de la noche de fiesta en su pueblo.
El toro salió al trote chorreando sangre por el cogote y las patas, con la mirada asesina en busca de alguna victima con que pagarlo.
La gente se apartaba hacia los lados gritando y dando la voz de alarma para que todo el mundo se pusiera a resguardo.
Uno de los chicos vino cerca de donde yo estaba subido. Al estar el sitio ocupado por mi, tuvo que improvisar. De repente el toro hizo por él, y giró hacía dentro de la valla rota al lado de donde yo estaba resguardado. Era una casa en ruinas con una parcela con jardín. El miedo se le podía ver en cara, el pánico y la tensión secaban las gargantas de la gente. Pero había un cobertizo en esa parcela, allí donde se guardan las herramientas de jardinería. Estaba a mano, la puerta rota y un poco abierta.
El chaval se coló como pudo y un perro marrón que andaba por allí también. Justo antes de que cerrara la puerta con la mano el toro también se coló.
Desde donde yo me encontraba, encima de la columna, podía ver el cobertizo perfectamente y a pesar de las pequeñas ventanas y de la suciedad que tenía por el abandono, pude ver la terrible escena. Grité con todas mis fuerzas. Clamando a los vecinos por una pistola. La Guardia Civil que matara al animal. Pero por más que gritaba mis voces quedaban difuminadas en el fuego y el vaiven de los vecinos que todavía corrían gritando en busca de refugio. Nadie me oía. Nadie nos ayudaba.
En menos de 2 metros cuadrados el animal corneando, el perro ladrando y el chico sufriendo una y otra vez las embestidas del animal herido. El toro quería cobrarse su parte, corneaba y empujaba una y otra vez. Topó con algunas herramientas del cobertizo donde encajó los cuernos. El chaval estaba luchando por su vida como podía. Fue todo lo valiente que hubiéramos sido cualquiera.
Por los movimientos dentro de la caseta, uno de los cuernos se le puso de frente a la cara. El animal luchaba, se defendía y se protegía, tenía las astas trabadas. El chico agarró el cuerno con la mano, pero también la tenía atrapada con todo lo que, en ese pequeño espacio, se había removido. Y allí peleaban los dos dentro de ese agobiante y pequeño lugar.
El animal siguió apretando para deshacerse de lo que tenía entre los cuernos y con ello se acercaba más y más a la cara del chico. El chaval no tenía defensa, ya contra la pared, con las manos sin poder moverlas y el peso del toro herido encima de sus piernas. Mordió el cuerno que tenía enfilando en su boca.
El animal volvió a embestir y el chaval a morder luchando con todo. Desde donde estaba pude ver el pánico, el sufrimiento, sudores fríos y sangre.
En una de las embestidas, uno de los objetos que trababa los cuernos del animal se quebró, liberando al animal que embistió con todas sus fuerzas al chaval atravesándole el paladar y llegándole dentro del mismo cerebro. Su cara de dolor y muerte se quedó grabada en mi memoria.